¿Cambio = Suerte?

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Cartel de la manifestación convocada por Podemos el último día de enero de 2015.

A la palabra ‘cambio’ le ocurre lo mismo que a ‘progreso’: poseen un aura mitológica inevitablemente positiva; por eso hacen un uso extensivo de ella todos los partidos de izquierda. Para los conservadores que no pueden abogar por el cambio porque lo suyo, se supone, es sobre todo ‘conservar’, esta aura es políticamente desventajosa, porque todo el mundo entiende que se cambia ‘para mejor’, mientras que conservar es sólo conservar ‘lo malo’: puro reaccionarismo o resistencia a las bondades del cambio.

Aquí radica el mito: no es cierto que todo cambio sea favorable. A veces se cambia para empeorar: una manera de gobernar, la gestión de un banco, una situación social que era buena y deriva en guerra, etc. De todo esto hay tan abundantes ejemplos que resulta ocioso insistir en ello.

El deseo de cambio es legítimo porque cualquier realidad humana es perfectible y hay siempre muchas cosas que se pueden y se deben mejorar. Pero una cosa es cambiar y otra transformar la sociedad conforme a unos principios abstractos que demostraron su falsedad hace tiempo o fueron válidos en alguno, pero ya no lo son; es decir, la ingeniería social.

Todos los ingenieros sociales o, más exactamente, los políticos que manipulan a la sociedad dicen obrar en nombre del pueblo —por supuesto, acaban hundiéndolo y de esto hay también innumerables ejemplos evidentes—, pero su verdadero propósito es el poder, es decir: fundamentalmente dominar y apropiarse de los recursos económicos de un país en beneficio propio y de familiares, amigos y partidarios.

Y el resultado es siempre el mismo: la devastación moral y económica de las sociedades. Pienso en Rusia y sus gigantescas desigualdades sociales; en Venezuela, sumida en la ruina; en Cuba, Corea del Norte y todos los países sometidos al islamofascismo. Pero también en algunas regiones pésimamente gobernadas por los nacionalistas, donde el robo más descarado se une a una angelical defensa de la patria (chica) cuyo único fin es confundir a los ciudadanos para que piensen que los ladrones son, en realidad, como La libertad guiando al pueblo de Delacroix: un símbolo de ella… y no sus enterradores.

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Eugène Delacroix, ‘La libertad guiando al pueblo’.

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